Se acerca el 1 de Noviembre, el Día de Todos los Santos o de Difuntos. Desde hace siglos existen tradiciones que nos han facilitado recordar a nuestros seres queridos ya fallecidos, superar y afrontar el proceso de la pérdida para poder honrarles y tenerles presentes de una forma positiva, de manera que no nos quedemos únicamente con la tristeza, sino que también podamos celebrar la vida.
Hay costumbres más generalizadas, en las que todos en mayor o menor medida participamos, como reunir a la familia para ir al cementerio a llevar flores y, según las creencias, rezar juntos por el alma del fallecido, también elaborar dulces típicos con recetas familiares que nos evocan su recuerdo…
Otras tradiciones son más propias de alguna región en concreto, poner velas por las calles para alumbrar el camino a los difuntos, reunir a los miembros de la familia en casa y que las personas de más edad cuenten historias y anécdotas de los familiares fallecidos, esta última en Canarias se llama La Noche de los Finaos.
En muchas zonas también se representa el Don Juan Tenorio de Zorrila, o se hacen lecturas de obras de Bécquer, entre otros, que tratan temas relacionados con estas fechas.
En los últimos años ha ganado terreno la celebración de Haloween, especialmente entre los niños, en apariencia costumbre importada de Estados Unidos, pero nada más lejos de la realidad. Su origen es Celta y durante siglos estuvo muy arraigado especialmente en el norte de España, el nombre con el que se conocía era Samaín (Samhain en gaélico). Esta fecha coincidía con el final de las cosechas y el inicio del Año Nuevo Celta. Existía además la creencia de que en la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre desaparecía el límite entre nuestro mundo y el de los espíritus, la gente se disfrazaba de seres mágicos para confundirse con los espíritus, tallaba calabazas para ahuyentarles, incluso los niños iban por las casas pidiendo comida y dulces…
Como vemos, las sociedades de las distintas épocas han sido capaces de ir elaborando una serie de ritos y costumbres, muchas de las cuales perduran hasta nuestros días, que nos ayudan a afrontar psicológicamente el dolor, la tristeza y la rabia que provoca la ausencia de un ser querido y el miedo que nos causa el propio concepto de la muerte y los misterios que la rodean.